Junto a estos factores, que convierten por unos años nuestra geografía en un plató de cine, aparece el detonante monetario decisivo: el bloqueo de fondos de capital extranjero. Las complicaciones de la balanza de pagos, originadas tras la Segunda Guerra Mundial, obligan a congelar ganancias de compañías americanas, lo que imposibilita la conversión de dólares y la salida de dividendos estadounidenses de nuestras fronteras. El cine funciona entonces como recurso liberalizador del capital, en forma de bienes materiales. Dicho de otro modo, el dinero bloqueado financia las producciones y abandona España convertido en latas de película, que se explotarán en el resto del mundo.
La primera superproducción que intenta desbloquear las finanzas de Wall Street, aterria en nuestro territorio con United Artist en 1955, bajo la dirección de Robert Rossen. Las localidades madrileñas de La Pedriza y El Molar se convierten en Macedonia y Asia Central, Richard Burton es Alejandro Magno y cientos de lugareños integran las tropas griegas y persas. Un año más tarde comienzan los preparativos de Orgullo y Pasión
(S. Kramer), el rodaje acarrea consigo una movilización material y personal desmesurada. Solamente para la secuencia del asalto a la ciudad de Ávila, participan cinco mil extras entre los que se encuentra un jovencísimo Adolfo Suárez, presidente del gobierno veinte años más tarde. Un grupo de técnicos italianos y españoles trabajan, aproximadamente un año, levantando una barrera paralela la original Muralla de Ávila, con el fin de explosionarla en una espectacular cruzada. En el instante crucial de la secuencia, cuando debe producirse el estallido, algo falla, se pierden en unos segundos dos millones de pesetas de la época. El coste de un sólo plano de este tipo es la mitad del presupuesto total de muchas películas españolas del momento. La disponibilidad de medios entre las producciones oriundas y las foráneas no tiene parangón, las norteamericana parecen tener financiación sin límites, las condiciones de rodaje son una utopía para nuestra cinematografía y sus inversiones en decorados y ambientación aparecen inconcebibles para la España de los cincuenta. La presencia estadounidense sigue aumentando considerablemente: en aguas canarias lucha Gregory Peck contra la gran ballena blanca en Moby Dick (J. Huston, 1956) o el desierto zaragozano de Los Monegros sirve de marco para la pasión de Gina Llollobrigida y Yul Brinner en Salomón y La reina de Saba (K. Vidor, 1959).
Si bien la máxima ostentación del cine se instala en Madrid de la mano de un carismático Samuel Bronston en 1957, que utilizando una biografía inventada logra levantar un auténtico imperio cinematográfico con sede en el madrileño Castellana Hilton. El productor ansía crear espectáculos colosales en la pantalla, rechaza de lleno las maquetas en sus películas a las que denomina despectivamente “juguetes” y exige como escenario consistentes y formidables construcciones “de verdad”. Invierte en su Departamento de Arte cantidades desorbitadas, contrata a los mejores decoradores, dibujantes, ambientadores, diseñadores y constructores del mundo, que estudian y analizan tanto la arquitectura como las coordenadas histórico-culturales que reproducirán para el cine. El primer proyecto del empresario es John Paul Jones (J. Farrow, 1959), un film de aventuras, para el que se encarga la construcción de dos gigantescos navíos anclados en el puerto de Denia, que procuran contexto a las batallas marítimas. Su siguiente producción, Rey de Reyes (N. Ray, 1961), expresa el modelo de grandiosidad arquitectónica perseguido y, comienza la construcción de ambiciosas escenografías en tres dimensiones que reproducen el Jerusalén bíblico. Este rodaje consolida de manera implícita un equipo español estable que se mantendrá durante gran parte de la ocupación americana, no son miembros de primer rango pero desempeñan cargos técnicos decisivos en la dirección, la fotografía, el guión, el montaje y por supuesto en ambientación y decoración. Prueba palpable de ello es el caso del director de fotografía Manuel Berenguer o el de Antonio Mateo y Gil Parrondo, oscarizados en 1970 por su aportación a Patton. Leer más ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario